Elegir Pelear
Millie Harris
Washington, D.C.
Reflexionando repetidamente sobre mi esfuerzo por vivir para Cristo en este mundo y pensando en lo simple y a la vez difícil que es el disicipulado, se me ha ocurrido de repente hacer esta pequeña contribución por otras mujeres de manera universal. Ciertamente no soy un dechado de virtudes como cristiana, pero esa es la belleza de la gracia de Dios, porque si mi virtud fuera el ejemplo a seguir, yo, junto con toda la humanidad, estariamos condenados. Por lo tanto, dependiendo en la misericordia de Dios he aceptado el desafío de ponerme la armadura de la cual se habla en Efesios 6:10-20 para luchar en el lado de Su ejército.
Esta lucha pareciera que fuera diferente, sin embargo es la misma para todos nosotras. La decisión que toma cada mujer es de luchar, sea cual sea la lucha que se nos presente. No sabemos lo que la vida nos traerá. Cuando era joven, no tenía idea de cómo sería mi vida (aunque ciertamente pensaba que sí). Comencé mi caminar como Cristiana con gran determinación y emoción. Mis padres eran cristianos, y mientras viví con ellos no vi ninguna lucha real en mantener mi fe durante ese tiempo. Sin embargo, la vida pasa y el en proceso enfrentamos diversas cosas: Luchamos, la gente nos decepciona, nos decepcionamos a nosotros mismos, queremos desviarnos, nuestra cultura nos dice lo que debemos hacer. Estos son los tiempos en que debemos de tener en mente a Efesios 6:12. Estamos en guerra contra las fuerzas espirituales del mal. Satanás nos dice que escuchemos a otros que han perdido la fe como nuestro cónyuge, nuestros hijos, nuestros padres, nuestros amigos, nuestra cultura. Un día nos comprometimos a luchar con Dios, pero de pronto nos econtramos agotados y desanimados.
Todos luchamos contra diferentes formas de maldad. Mis luchas, espero, no sean las mismas que las tuyas. Mi esposo se alejó de Cristo, y mi matrimonio finalmente fracasó. Me gustaría poder decir que nunca consideré rendirme, que siempre mantuve mis ojos en Cristo, pero, por supuesto, ese no fue el caso. Sin embargo, todavía creía. SABÍA que creía. Efesios 6:16 dice: "En todas las circunstancias, tomad el escudo de la fe, con el que podéis extinguir todos los dardos llameantes del maligno".Cuando parezca que ya no se puede hacer más, ¡debemos recordar la lucha que comenzamos y lo que creemos!
La pérdida de mi esposo no fue mi lucha espiritual más difícil. Para mí, la mayor lucha ha sido la pérdida espiritual de mi hijo. No creo que esta sea una lucha poco común entre los cristianos. Cristo dijo en Mateo 10:35 que vino a poner a una hija en contra de su madre. Si hemos tomado nuestra cruz y nos hemos atado al cinturón de la verdad de la cual habla (Efesios 6:14), nuestra relación con aquellos que han elegido el mundo debe cambiar. De hecho, Cristo es muy claro en Mateo 10:37 que si amo a mi hijo más que a Él, no soy digno de Él. En el versículo 38, continúa la diciendo " “y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.”
Es interesante, y creo que no es por casualidad, que las relaciones de las cuales Cristo habla en Mateo 10: 34-39 sean entre padres e hijos. Son relaciones dentro de las cuales formamos nuestro carácter. Son nuestras primeras relaciones que tenemos en nuestras vidas. Cuando era niño, mis padres nos inculcaron los valores de Dios y del mundo, ya fueran positivos o negativos. Como padre, se me ha encomendado la tarea de criar a mi hijo en el cuidado y la amonestación del Señor. Como madre, paso mi vida amando, enseñando, guiando y animando a mi hijo con el que he sido bendecida. Es una conexión primordial. Así, cuando ese niño quiere convencerme de que tiene razón se adueña de una parte de mi corazón. La pregunta realmente es, ¿posee ese hijo más de mi corazón que Cristo como para darle la razón a él? Esa es la pregunta para todas nosotras. También los padres pueden ser apartarse de Dios por causa de los hijos infieles. No pueden soportar el admitir que un hijo apartado está condenado ante Dios. En ocasiones, los padres optan major por aceptar la "doctrina" del niño con tal de mantener ese vínculo familiar. ¡Desafortunadamente esto nunca termina bien! El problema es que la verdad no cambia, incluso si nosotros intentamos cambiarla. ¿Tomamos nuestra cruz aún cuando no toda va bien? ¿Defendemos la verdad aun en contra de la unidad familiar si los familiares no están de acuerdo con la doctrina de Cristo? ¿Somos simplemente cristianos hereditarios? Oro para que esto no sea así.
Cuando tomamos nuestra cruz y seguimos a Cristo, nos alistamos en su ejército. No podemos permitir que nada ni nadie nos distraiga de nuestro objetivo final. Somos soldados juntos. Debemos trabajar para fortalecernos y edificarnos unos a otros mientras todos nos esforzamos por representar a Cristo en esta tierra. Es fácil mirar a nuestras hermanas y sentir que no entendemos las dificultades de cada una. Hasta cierto punto eso es cierto. Yo no tengo la misma experiencia de vida que muchas de mis hermanas y usted no tiene la mía. Sin embargo, todos nuestros desafíos son parte de la condición humana. Todos hicimos el mismo compromiso en algún momento de nuestra vida. Todos enfrentamos adversidades que ponen a prueba ese compromiso. Tu cruz puede no ser como la mía, o quizás lo sea; No lo sé. Lo que sí sé es que cada una de nuestras cruces son muy reales. Estamos en una batalla espiritual que hemos elegido, servir a nuestro Señor. Nunca debemos permitir que ninguna cosa pasajera y mundana (incluidos nuestros hijos) debilite nuestra determinación hacia el compromiso que asumimos.
En la vida, a menudo no entiendo el camino a seguir, pero no hay otro lugar adonde ir que a Cristo. A menudo he contemplado la respuesta que Pedro le dio a Cristo en Juan 6:68. Muchos discípulos se habían apartado de Jesús, y él preguntó a los doce si también iban a dejarlo. Las palabras de Peter son tan poderosas y conmovedoras. “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”