Paz en medio de la guerra
Holly Smelser Schaefer, Harrisonville, Missouri
En Efesios 6, Dios nos presenta una imagen: vemos a un soldado, equipado con la armadura completa, listo para la acción. Dios dice que los pies de este guerrero, están capcitados para luchar contra los gobernantes de las tinieblas y mantenerse firme contra las huestes del mal, para lograr esto deben ser calzados “con el apresto del evangelio de la paz”. ¿Paz?
Sí, este soldado ataviado con el equipo de Guerra, un equipo de Guerra que debe ser considerado con seriedad mortal tanto que debe atarse los pies con preparación, disposición, vigilancia para el mensaje, "¡paz!"
Esto no tiene sentido en nuestro mundo físico, teniendo en cuenta que no sólo somos carne sino también espíritu, aunque nuestros ojos carnales están cegados al mundo espiritual, denemos estar conscientes de que hay lugares celestiales por los cuales caminamos o tropezamos más allá de nuestro entendimiento. Estamos rodeados de principados y poderes invisibles, potestades, huestes de seres espirituales tanto malvados como también desiervos del Señor de los ejércitos (Efesios 6:12; 2 Reyes 6:17). Aprender a ver la revelación de Dios del mundo spiritual, puede iluminarnos, de este manera tal soldado soldado estará interesado en la paz.
Al principio, en esta buena tierra, Dios, que es espíritu, caminaba con el hombre en el jardín (Gn 3). El hombre, sin embargo, eligió una compañía diferente y ha continuado haciendo la misma elección desde entonces. Nos aliamos con un traficante de guerra, que mintió sobre la bondad y el amor de Dios (Apoc. 12). Nos unimos al Enemigo de Dios y al Asesino que siempre está ansioso por destruirnos (Juan 8: 42-47; 1 Pedro 5: 8). Satanás siempre ha sabido que tener una mente carnal que busca los deseos de los ojos, los deseos de la carne y la vanagloria de la vida nos pone en enemistad con Dios, nuestro Creador y fuente de vida, y usó ese entendimiento de la naturaleza humana para engañar a Eva a su destrucción. Santiago nos dice que “la amistad con el mundo es enemistad con Dios” (1 Juan 2:16; Rom 8:5-7; Santiago 4:4). Nuestra misma naturaleza, pues, nos pone en el horrible estado de la traición. Somos traidores en guerra con nuestro Creador en lugar de estar en paz, estamos separados del jardín, de la vida, de Su presencia, y encadenados a una alianza destructora del alma peleando a lado de Satanás, quien nos reclutó para la guerra y la muerte entre las huestes de los hijos de desobediencia (Gén 3,24; Juan 8,34; Ef 2,1-3; Ef 5,6).
Un Dios santo no puede estar con nosotros como pecadores y enemigos de la santidad: “Vuestras iniquidades os han separado de vuestro Dios y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Is 59,2). David dijo en el salmo treinta y cuatro: “El rostro del Señor está contra los que hacen el mal, para borrar de la tierra su memoria” (Sal 34:16). !Qué terror y dolor para nosotros! al ver la extensión de la brecha, el abismo de separación que existe entre nosotros y nuestro Dios. Juan nos dice: “Dios es luz y en Él no hay oscuridad alguna, así que si decimos que tenemos comunión con Él y andamos en tinieblas, mentimos” (1 Juan 1:5-6). No hay compañerismo. No hay paz sin Dios, en nuestro estado natural, solo hay tropiezo ciego en la oscuridad y alienación de la vida de Dios según Efesios 4:18.
Y, sin embargo, incluso en el momento de la separación, Dios proporciona una sombra de esperanza de reconciliación entre los enemigos en Génesis 3:15. Dios prometió guerra entre “su simiente”, un hombre, y Satanás. Prometió que nuestro acusador sería aplastado, y un hombre lo haría. Satanás, nuestro señor feudal que elegimos en nuestros pecados perdería, por lo que la guerra con nosotros del lado equivocado, era una esperanza incomprensible. ¿Qué hay de nuestra lealtad jurada con Satanás? Su derrota sería nuestra para compartir. Sin embargo, un hombre, como nosotros, sería victorioso con Dios. Este hombre, simiente de la mujer, es anunciado nuevamente como una bendición para todas las naciones y una escalera que reconecta al hombre con Dios (Gn 12:3; 28:12). Un Hijo del Hombre, como nosotros, sería el vencedor, el Príncipe de la Paz (Jn 1,51; Is 9,6).
La enemistad con Dios, repitiéndose a través de nuestras vidas, trae enemistad también entre nosotros, desde los hijos de Adán y Eva hasta hoy. En Mateo 22, Jesús predica el mandamiento de amar a tu prójimo sobre el primer mandamiento, amar al Señor tu Dios, ninguno de los cuales los humanos antes de Cristo habían logrado cumplir. La falta de paz con Dios hace que la paz entre nosotros sea imposible.
Sin embargo, Daniel y Miqueas ofrecieron esperanza con profecías en las que aparece de nuevo ese Hijo del Hombre prometido. Él es aquel que es capaz de acercarse a Dios y se le da un reino compuesto de todas las naciones y lenguas en unidad, un reino en el cual muchas naciones de pueblos fluirían juntas a la casa de Dios, batiendo sus espadas en arados, aprendiendo no más guerra (Daniel 7:13-14; Miqueas 4:1-4). La paz con el Señor de los ejércitos parece conducir a la paz entre los ejércitos. La paz no es una posibilidad entre las huestes de Satanás, un ejército caracterizado por la amargura, la ira, la ira, el clamor, la maledicencia y la malicia (Efesios 4:17-31). Sin embargo, con el Hijo del Hombre, hay esperanza.
Entonces estalla sobre nosotros el gozo de Efesios. ¡La esperanza se realiza! La simiente de la mujer, ese Hijo del Hombre está aquí en Jesucristo revelado como Hijo de Dios (Ef 1, 4:13). Dios nos concede inconcebiblemente gracia y paz (Efesios 1:2). En Él, ese hombre, Jesucristo, somos perdonados. Hemos sido rescatados de las huestes de las tinieblas, redimidos por Dios (Efesios 1:7). ¡No solo ya no somos enemigos traidores, sino que hemos sido adoptados por aquel a quien traicionamos para ser hijos y herederos (Efesios 1:5)! Lo imposible ha venido porque Jesús ha venido y “predicado la paz” con Dios a nosotros “que estábamos lejos” y restaurado el acceso al padre (Efesios 2:12, 17). Jesucristo, conjuntamente hijo del hombre e hijo de Dios, es nuestro nuevo Señor. Además, no sólo la enemistad con Dios, sino la enemistad con nuestro hermano ha sido absuelta. Jesús es también nuestra paz, haciendo de todas las naciones un solo cuerpo, un solo ejército que es su reino, la iglesia como predijeron Daniel y Miqueas (Efesios 2:14; 1:22-23).
Comprensiblemente, nuestro caminar por los lugares celestiales se transforma. Como en Efesios se nos insta a dejar los pecados en los que caminábamos bajo nuestro comandante anterior, la carta nos anima a caminar en buenas obras y de una manera digna de nuestro incomprensible llamado en las huestes del Señor (Efesios 2:2, 10). ¿Es este el llamado a la guerra? No se describe así en Efesios. En cambio, nuestra nueva misión debe caracterizarse por la humildad, la mansedumbre y la paciencia (Efesios 4:1-2). Ahora, camina en amor (Efesios 5:2). Andad en la luz, viendo con visión espiritual los lugares celestiales que os rodean (Efesios 5:8). Estamos caminando de nuevo con Dios como en el principio, redimidos y restaurados, adoptados y en paz con Dios y el hombre; ahora estamos caminando con visión espiritual. Y luego, finalmente, Dios nos llama a ponernos la armadura.
Rechazamos y nos deshacemos de nuestro antiguo príncipe, nuestro captor, esa serpiente. Perdió la guerra como se prometió en Génesis, pero su pérdida, prevista por Jesús en Lucas 10:18, descrita en Apocalipsis 12 no acabó con él. Somos libres y nos da la paz, pero él es amargo, enojado y vengativo, y ha sido arrojado entre nosotros, enojado contra nosotros (Ap 12, 10-17). Ahora, él está en guerra contra nosotros. Sus maquinaciones, sus artimañas, sus dardos de fuego, sus huestes espirituales, aunque constantes, nada son si nos mantenemos firmes en la armadura de Dios (Efesios 6:13). Sus huestes no vencerán, pero debemos estar armados con espada y armadura contra Satanás y su venganza fallida.
Irónicamente, nuestra posición firme y nuestro andar están calzados con “la preparación del evangelio de la paz” o con la “disposición” del evangelio de la paz. Ya no tropezamos descarriados en la guerra espiritual que nos rodea, sino que estamos estabilizados por una base firme y motivadora. Entendemos con gloriosa alegría que el mensaje y la misión es la paz. Nosotros, soldados de Dios, estamos siempre listos y vigilantes para esa misión de nuestro comandante: la paz con Dios y los hombres.
Neither eager readiness nor a focus on peace can be lacking in our footwear. The lack of either makes for a loose cannon. We cannot be shod like Jehu in 2 Kings 9:18, ever eager and prepared, vigilant and in readiness as an effective killer. His lack of a God-guided mission was clear- when there was no one to kill, he was weak and unguided by his Lord (2 Kings 10:31). He was ready, but not for his Lord’s mission nor ever for peace.
Tampoco debemos caminar calzados como los patéticos soldados de Israel en 1 Samuel 17, quienes se alinearon diariamente en plena formación de batalla sólo para regresar corriendo a sus tiendas, todos los días, desconcertados ante el desafío de Goliat, sin querer participar. Su deseo fuera de lugar por la paz sin una vigilancia y una fe lista en la forma en que el Señor la asegura trajo la blasfemia contra Dios. Sin embargo, David estaba alerta y listo para enfrentarse a este enemigo que “desafiaba a los ejércitos del Dios vivo”. No buscó la paz con el enemigo; buscó la paz sólo con Dios.
Comprender lo que puede parecer la contradicción de una disposición motivada y la misión de paz es esencial pero complicada para la mente humana. En la vida diaria, el estrés y la tensión de la vigilancia constante pueden convertirse en ira y violencia, mientras que los hábitos de paz y deferencia pueden convertirse fácilmente en indolencia y negligencia. Y, sin embargo, debemos ser ambos: ansiosos y listos para la paz y siempre vigilantes para defender nuestro regalo de Dios. Como soldados adoptivos gloriosamente redimidos del victorioso Señor de los ejércitos, nuestro caminar está claramente definido por la luz, el amor y la ley; nuestra posición es ser firmes y rápidos, nuestros pies calzados con pronta determinación a Su misión porque a través de la maravillosa misericordia de Dios se ha concebido lo inconcebible; el mensaje que llevamos es paz con Dios y también con el hombre.